Son más de 600.000 los tratamientos faciales de medicina estética que se realizaron en España en el año 2021 —última fecha de la que hay datos oficiales—, de los cuales, un 42% fueron inyecciones de bótox (toxina botulínica), un tratamiento que es ya el más realizado según la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME).

Entre sus usos más buscados está el de lograr la eterna juventud, alisando arrugas en la frente y procurando una tensión facial y una mayor luminosidad en el rostro. Aunque la estética no es su única función, porque el bótox también se emplea para combatir diversos trastornos como los espasmos musculares, las migrañas crónicas y la incontinencia urinaria. Eso sí, utilizarla conlleva algunos riesgos.

¿Qué es y cuál es el origen del bótox?
La toxina botulínica, conocida popularmente como bótox, por ser el nombre de la empresa que la comercializó por primera vez, es una sustancia de origen natural producida por la bacteria Clostridium botulinum, que aparece en alimentos mal conservados y produce intoxicaciones alimentarias. También se encuentra en algunos animales como el pez globo, que la utiliza como veneno para defenderse de sus depredadores, provocándoles una parálisis muscular letal.

Su mecanismo de acción se basa en su capacidad para bloquear la liberación de acetilcolina, un neurotransmisor que permite la contracción muscular, y, como consecuencia, el músculo pierde temporalmente su capacidad de producir contracciones involuntarias.

¿Cuáles son los efectos secundarios del bótox?
Más guapa, más joven y más segura con solo un par de pinchazos. Ese era hasta hace poco el resumen de este tratamiento, al que no se le atribuían demasiados efectos secundarios. Sin embargo, tras un estudio publicado este año por la Universidad de California, más de uno se lo pensará dos veces antes de inyectarse bótox.

Tras la investigación, los científicos concluyeron que existe una relación directa entre las infiltraciones de esta toxina en los músculos prefrontales y la inhibición de la forma en la que nuestro cerebro procesa las caras emocionales, es decir, los gestos que nos dicen lo que está sintiendo nuestro interlocutor.

Las personas reaccionamos con gestos faciales casi imperceptibles a las expresiones faciales de los otros, así, por ejemplo, cuando vemos una expresión de enfado en nuestro interlocutor, involuntariamente simulamos esa misma expresión. Estos gestos, que duran solamente una fracción de segundo, se conocen como microexpresiones, y gracias a ellos nuestro cerebro procesa correctamente las emociones del otro y nos ayuda a entenderlas, incluso a empatizar con ellas.

Ahora bien, lo que afirma este estudio es que el bótox, al disminuir la movilidad de los músculos faciales, limita nuestra capacidad para expresar emociones de manera natural y completa. Además, sugiere que, aunque la muestra que utilizaron para llevarlo a cabo es pequeña y hace falta más investigación, la contracción del músculo glabelar (situado en el entrecejo) altera la actividad neuronal para el procesamiento emocional.

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